jueves, 3 de septiembre de 2009

Para reflexionar: Patologización de la infancia...

A propósito de la temática del taller de crianza realizado en agosto, Niños pequeños ¿inquietos y desatentos? los invito a reflexionar a través de las palabras que escribe Beatriz Janín invitando al Simposio Internacional sobre "Patologización de la Infancia" que se realiza esta semana en Bs. As.

Un grupo de profesionales, constituído por psicólogos, psiquiatras, neurólogos, pediatras, psicopedagogos y licenciados en ciencias de la educación, preocupados por los alcances que ha ido tomando en nuestra época una mirada sobre la infancia que lo que hace es “detectar patología” en lugar de pensar al niño en su contexto, siguiendo la línea del Simposio sobre “Niños desatentos e hiperactivos”, estamos organizando un II Simposio, para debatir e intercambiar ideas sobre el tema de la patologización de la infancia.

Consideramos que una de las dificultades que tenemos hoy en día para la comprensión de la psicopatología infantil es la invasión de diagnósticos que no son más que un conjunto de enunciados descriptivos que se terminan transformando en enunciados identificatorios. Estos diagnósticos llevan a que un niño sea catalogado por los síntomas que presenta perdiendo así su identidad. Así, se pasa de: "tiene tics", a "es un Gilles de la Tourette", o de: "tiene conductas compulsivas y reiteradas" a "es un TOC", o en vez de un niño triste, hablamos de un trastorno bipolar... El más conocido es el Trastorno por Déficit de Atención, título con el que son catalogados niños que presentan diferentes características. Sin embargo, todos los niños nominados de este modo tienen algo en común: presentan dificultades en su adaptación a la situación escolar.

Podemos observar que la tolerancia de una sociedad al funcionamiento de los niños se funda sobre criterios educativos variables y sobre una representación de la infancia que depende de ese momento histórico y de la imagen que tiene de sí mismo ese grupo social. Así, se aceptan como normales en una época cuestiones que son rechazadas en otra y en cada grupo social los parámetros de "buena conducta" son diferentes. Esto está fundado en que cada grupo plantea un contrato narcisista diferente, o sea, espera que sus miembros respondan de determinada manera y ocupen determinados lugares, aceptando de un modo variable los disensos.

En los últimos años se ha generalizado el uso del DSM IV en los consultorios psicológicos y pediátricos e inclusive en el ámbito escolar es frecuente que los maestros diagnostiquen a los niños con los nombres que éste propone.

Esto tiene varias implicancias, en tanto son nombres-sigla que implican un sello que se entiende como una definición del otro. Esto refleja la idea de que catalogar, definir cuadros supone un avance en la resolución del problema.

Lawrence Diller, pediatra norteamericano, afirma que desde los años setenta la psiquiatría norteamericana adhirió al modelo biológico-genético-médico de explicación de los problemas de comportamiento y que, en los ochenta, con la inclusión del Prozac, se banalizó el uso de medicación psiquiátrica en casos leves. El paso siguiente parece haber sido extender este criterio a los niños.

Conocemos la importancia de la escuela como primer lugar de inserción social.
Se exige que los niños se preparen para poder ingresar en un mundo en el que muchos quedan afuera. El fracaso escolar es entonces un modo de quedar "al margen", fuera del mundo. Y en ese sentido es muy temido por los padres.

Y esto en un mundo en el que lo que importa es el “rendimiento”, la “eficiencia”, en el que el tiempo ha tomado un cariz vertiginoso y los niños están sujetos a la cultura del “zapping”.
Todo esto nos lleva a cuestionarnos acerca de las causas de las dificultades infantiles y también a preguntarnos sobre las consecuencias del modo en que los adultos y sobre todo los profesionales, podemos incidir en la evolución de esas dificultades. Ya desde la primera entrevista, el que ubiquemos tanto al niño como a los padres como sujetos pasibles de ser escuchados, puede modificar la situación.

Cuando se toma la singularidad del sujeto, cuando se puede soportar que sea un "otro", un semejante diferente, se puede comenzar a pensar acerca de las causas, de los momentos, de qué es lo que hace que ese niño se presente de ese modo.

Por el contrario, cuando lo que se intenta es, rápidamente, hacer un diagnóstico, clasificarlo, lo más probable es que se dejen de lado las diferencias, se piense sólo en las conductas, en lo observable y se pase por alto el sufrimiento del niño.

Por eso, pensar al niño en su contexto, escucharlo, investigar las múltiples determinaciones posibles de sus dificultades, compartir entre médicos, psicólogos, docentes y otros profesionales ideas sobre la problemática infantil en la actualidad, parece ser clave para abrir nuevos caminos en el abordaje de la problemática infantil.

Quizás, armando redes de adultos, repensando la infancia de hoy, logremos darles a los niños un futuro más promisorio.

Beatriz Janín - Lic. en psicología